viernes, 18 de enero de 2008

Romualdo el infeliz


Era un hombre tan humilde que se desesperaba por agradar a los demás, aún a costa de su propio yo, al cual pisoteaba por el suelo, adjudicándose los más terribles defectos. Sus frases predilectas:”no sirvo para nada”, “soy un infeliz”, “no sé qué hacer”, “para esto no sirvo, pero… ¿sirvo para algo?”, eran la moneda corriente de sus días.
Al levantarse corría al baño mirando su rostro en el espejo, enfrentándose consigo mismo, imitando la cara que él creía ver en la gente que lo observaba, lo sacaba de su ensueño el grito destemplado de su mujer: - ¡Inútil, salí del baño que llegas tarde al trabajo!- . Desayunaba un gélido café con leche con dos tostadas duras y sin sabor. Se ponía el traje gris de los desgraciados y acudía a aquél empleo mediocre, a sellar, pegar, archivar, siempre lo mismo, ocho horas de oficina donde soportaba estoicamente las bromas de sus compañeros, sin que su cara reflejara el más mínimo disgusto.
Le decían “cara de piedra” pero no por lo caradura, el apodo provenía de la inexpresividad de su rostro, el cual no traslucía ni enojo ni placer.
Era un autómata perfecto, las mejores presas de pollo eran para sus hijos, dos malolientes adolescentes que se aliaban con la madre para hacerle creer que era más inservible aún.
Mañana, tarde, noche, la historia era una rutinaria muestra de la futilidad de su vida.
Hasta que llegó ese día, el de la revancha a solas, pasando luego a una etapa de ensoñación donde “cara de piedra” parecía traslucir el gesto de un genio en la creación de su obra cumbre.
Su apariencia comenzó a cambiar, un día comenzó a retocar los recibos de sueldo sutilmente, se hizo un maestro en la falsificación, su mujer los estudiaba detenidamente y comparaba con el dinero que él aportaba, veía la coincidencia y se quedaba en paz, dándole los pesos justos para los viajes y algún atado de cigarrillos como una concesión real.
Un día en la oficina había descubierto que los sobres insulsos por los que pasaba su sucia lengua, tenían informaciones importantísimas sobre cierta gente a la que podría presionar sin dar la cara, que era lo que más temía, sólo con lápiz y un anónimo papel, contactarse con ellos para pegarles en su lado más debilucho. Ahí comenzó una cadena perfecta de chantajes, su “clientela” crecía y la imagen del hombre se modificaba.
Su jefe estaba contento porque se quedaba más tarde trabajando y eso incrementaba notablemente la clientela de ese correo privado, aumentando las ganancias de ese lugar en que la gente cruzaba sus vidas colmadas de jugosa información, pecados encubiertos y debilidades mucho más insanas que la suya.
La imagen se modificaba a pasos agigantados, desechó ese traje tirándole adrede tinta para sellos, lo cual justificó la compra de uno nuevo y se las ingeniaba para deshacerse de aquella imagen que le corroía por dentro, la del fracasado, dominado y poco hombre. Por medio de ese mismo correo recibía mensualmente la pequeña fortuna que comenzó a amasar despacito y sin brillo, a su estilo, el de los débiles. Más todo esto lo hizo crecer, la cuenta del banco aumentaba y a los seis meses podía considerarse un hombre con una pequeña fortuna.
El plan se desarrollaba en su mente y aquella inteligencia potencial comenzó a desplegarse. Seguía el siguiente paso, no tener que mirar más la cara de esa gorda imponente y de sus flacuchos y granujientos hijos.
Cuando pudo darse el gusto inventó una hora extras que le permitían llegar a casa bien tarde, todos dormían y él era feliz en esas horas del día que se había ganado con esfuerzo, el motor de la bronca lo había encendido, pero el chispazo y sus consecuencias eran cada más impredecibles.
Cerca de la Plaza flores, en el pequeño ambiente, estaba su laboratorio, compró una computadora y ordenó por fichas a su clientela, cada “historia clínica” minuciosamente detallada, era experto en debilidades ya que él mismo las había sufrido más de la mitad de su vida.
Abandonó su trabajo y su casa, y la empresa creció.
“HUMANOS MISERABLES” tuvo sucursales, en esas historia de bajezas, la clientela sumaba contactos y más contactos, el marido engañado, la esposa infiel, el amante temeroso, el miedo del vecino, mi jefe, el mecánico, la viudita de enfrente, el portero maldiciente, uf !!! De todo como en botica.
¿Alguien puede decir que el pecado no da dividendos?
Lili Frezza
noralilianaf@yahoo.com.ar
Publicado por mariazul11 en
5:47

1 comentario:

Rosita dijo...

Lili acá estoy para seguirte!