domingo, 13 de enero de 2008

El fantasma de las milongas


Sale a la oscura y acechante noche de esta “speedyca ciudad”. Sus zapatos, de un material que alguna vez fue charol, extraños y puntiagudos, brillantes por el loco trapo furibundo, gastados de tanto uso. Pero los nuevos son caros, y con esos, el baile es otra cosa. Hombre común y corriente que se disfraza de tango. Medianas amas de casa que rondan las milongas con su ropa del mercado, el jogging con manchitas de lavandina de la baldeada del sábado, que de noche se convierte en traje de gala sólo por los zapatos de taco aguja, deformes y arrugados, pero que le dan el “toque” de elegancia necesario, creyendo que ese calzado especial de Cenicienta será el toque de distinción que las transformará en princesas de cuentos de hadas Sin embargo esa imagen deprimente me despertó una incisiva envidia, la pasión los envolvía. 1,2,3,4 – 1,2,3,4 – 1,2,3,4: paso básico, atrás adelante, vueltas dirigidas, y el alma de la danza queda perdida en el agujero donde las emociones se reprimen. Una clase de tango y una de gimnasia casi no difieren. ¿Dónde están los giros que te salen de las entrañas, dónde el esquivo corte y el desconcierto que da la seducción de alguna voltereta improvisada? Pedro escuchaba tangos en su niñez, las voces familiares dejaron huellas que fueron olvidadas durante los años del rock, la furia beat, el pelo largo y los sueños que estrenaba e iba dejando en el camino, como casi todos los de su generación. Pero fue creciendo, el pelo largo se perdió en el -“pibe cortáte el pelo”- frase lapidaria que hacía nacer su rebeldía escondiéndolo debajo del cuello de la camisa hasta que el jefe de preceptores le decía: - Mañana no entrás - Tango viejo que se te mete dentro sin pedir permiso y te surge tal vez cuando pasaste los cuarenta, cuando el sueño del pelo largo quedó atrás y solamente, en el mejor de los casos te conformás con tener pelo. Amores, ilusiones y sueños fueron muriendo y en ese entierro doloroso, las letras de tango te vienen al pelo, quién no fue engañado por alguna mina, ese “verás que todo es mentira” o “volver con la frente marchita” a “la casita de los viejos” donde tu “madre querida” la de los disgustos te seguirá bancando aunque seas un grandulote con pelos en las piernas que se convierte en niño sólo por el roce de su mano. Comenzás a escucharlos con más atención, te crece la nostalgia de aquello que fue, lo que no fue, lo que perdiste, que añorás…”tres cosas lleva el alma herida amor, pesar, dolor”… Pedro compra un cassette de Gardel y tararea su letra, lee libros sobre tango, recuerda a los viejos, a la mina, a la época dorada donde los sueños estaban aún despiertos y el alma vestida de fiesta estaba viva. Lleva a cuestas desamores, desengaños, el tango le viene de perlas y en esa soledad que le dejo la vida va por primera vez a una clase de tango donde humanos tan golpeados como él mismo se reúnen para disfrazar su soledad de sábado. Descubre el “sanguchito”, la “sentada”, los “ochos” que se multiplican hasta hacerle creer que esa es su verdadera vida, pero cuando vuelve al “cotorro desarreglado” sin aquellos frascos con un moñito todos del mismo color, se saca los zapatos y vuelve a ser Pedro, el gris, el del delivery, la picadita, el partido y a dormir, con esas dudas, frustraciones y ese dolor lacerante de la soledad sin remedio, sin esos pies que te calientan el alma.
Hasta que al sábado siguiente, que como Travolta se viste de gala para ese ratito en que la juega de hombre, de malevo, apretando minas que ni siquiera recordarán su nombre y que no le dejarán el calorcito aquél que perdió en el camino.
Lili Frezza
noralilianaf@yahoo.com.ar

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