miércoles, 31 de octubre de 2007

Parir arte


Un día te dije “te admiro” y se dice te admiro, por no decir “te envidio”, según dicen.




Aprecio el don eterno de parir arte: melodías, colores, sinfonías, misterio del artista, enclaustradas locuras que se liberan en soledad. El que no posee ese don mágico, ese maravilloso toque, puede no comprenderlo. Aquél que carece de él, pero guarda dentro de sí la sensibilidad de poder apreciarlo, jamás dirá: “Ese loco artista, ebrio de fantasías que son sólo una utopía” Pensará y sentirá ¡Qué dichoso el excelso espíritu del poeta! ¡Qué deslumbrante escuchar un alma que se ofrece en su música! ¡Qué sensación el mostrarse desnudo, cuando una mirada se posa en tu cuadro y descubre que ahí está el pintor mismo, su vida materializada!




El mundo de cuatro paredes. Tal vez una silla y la hoja o un lienzo en blanco. El símbolo eterno de la creación.




El obrero del espíritu labora con todo su cuerpo. Sensaciones, vivencias y sentimientos danzan entrelazados. Pare sus hijos porque son su propia sangre vertida, carne de su carne. Como los que nacen cuando una mujer da a luz. Los frutos son diferentes. El vigor, las ganas, el impulso, los sueños, las ilusiones y la esperanza de crear vida son las mismas.




Los hijos y las obras de arte son creaciones similares, no importa cómo salgan, hay una ineludible necesidad de parirlos.




Lo que se siente, supongo, será similar. Es como personificar a Dios en una obra. Es como decir:”Un poco de mi vida debo desprenderla porque es una carga que no puedo soportar dentro de mí. Si no los engendrara crecerían solos, sino me ahogarían”

Lili Frezza

noralilianaf@yahoo.com.ar

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